Se levanta un 11 de marzo diferente, en el a que todo amante de este mes nos falta algo, y en el que todos necesitamos ir asimilando que va a seguir faltándonos.
La respuesta está dada, es irrevocable, y al final ese fantasma que planeaba estos días sobre una decisión, sensata y difícil a partes iguales, se materializó en un tarde intensa de reuniones y conversaciones. No habrá por el momento Falles 2020, y tras ese breve y conciso comunicado se desencadena toda una catarata de incertidumbres, encrucijadas y consecuencias.
La ciudad ya estaba en plena ebullición fallera, y ahora son muchos los que tienen que darle al “pause”, y otros tantos al “rewind”, sin saber muy bien dónde está esta tecla. Estos últimos son los que más difícil lo tienen y más dudas les asaltan. Qué hacer, cómo y dónde, con el trabajo que ya hay en la calle y que estaba siendo protagonista absoluto de estos últimos días. Ahora mismo, los permisos están revocados, y los remates, piezas con plásticos, grúas, vallas,… empezarán a ser intrusos en su propia casa. Sus creadores se enfrentan a una situación desconocida: desmontaje y almacenaje en una situación de incertidumbre, de la que no conocen finalidad, ni saben cómo deben afrontarla. Y nunca olvidemos que, detrás de esas obras de arte efímero talento, creatividad y trabajo, también hay talleres que funcionan, familias que comen y empresarios y trabajadores que deben hacer frente a unas obligaciones y responsabilidades. Esto va más allá de si planto o no planto, y del qué hago con mis ninots y mis grúas.
Todo el ánimo, apoyo y comprensión para la toma de decisiones, y todo el respeto y agradecimiento por el trabajo que realizan, han realizado y seguirán realizando. Por las ilusiones que han despertado, y las que revivirán.
Por otro lado, el colectivo fallero se encuentro con el “pause”, a muy pocos días del arranque grande, de la puesta de largo. Un jarro de agua fría para afrontar unos días que vendrán cargados de decisiones organizativas y económicas, reestructuraciones meditadas y una gran carga de sentimientos, complicados de gestionar. Se mezclará la impotencia con la corresponsabilidad, y la indignación con la sensatez. ¿Se debería haber decidido antes? ¿Habrá nueva fecha? ¿Se han valorado todas las consecuencias? ¿Será la solución a las causas?… Preguntas va a haber, cientos de ellas, y opiniones, tantas como bocas.
Pero detrás de todas va a haber una realidad, y es que la “ciudad del marzo distinto” va a comprobar cuán importantes son las Fallas, cuánto aporta su fiesta. No va a haber una consecuencia únicamente en materia de salud, o de ruido, o de colapso municipal, la repercusión económica se va a hacer sentir, y con ella va a salir a relucir todo lo que aporta ese caos de unos días, que envuelve a la ciudad por las cuatro esquinas en una bellísima locura controlada.
Es el momento de hacerlo valer, de hacernos valer; y que la sociedad sopese y valore las consecuencias que tiene el que un año nos tomemos la “baja”. No estamos ahí por casualidad, no somos solo un grupete de amigos con ganas de fiesta que se junta para comer y beber. Y sí, soy alicantino, vivo en Alicante, soy foguerer, y hablo de SOMOS.
Somos una pieza clave en el año de nuestras ciudades, en el año económico, social, cultural y turístico; y asumimos el papel de motor cuando así nos lo permiten. La Fiesta, con mayúsculas, sabe lo que se hace y por qué lo hace, y ahora con aplazamiento o cancelación, quedando en marzo, o vertebrándose a futuras celebraciones en otras localidades; llega el momento de demostrar que no sabemos LA SUERTE QUE TENEMOS DE TENERNOS.